domingo, 11 de septiembre de 2011

MIS FALSOS ZAPATOS ORTOPÉDICOS

El día de ayer, mientras caminaba con Vero, Diani y Maribel por las calles miraflorinas, practicando el meneo de caderas, bamboleo de nachas y mirada seductora para pretender por un segundo que eramos un grupo de top models desfilando en Perú Moda, los recordé.

Volvieron a mi memoria amenazantes; prometiendo repetir esa venganza gratuita que se generó por el intento de forzar un acto solidario. Sufrí. Tuve miedo una vez más.

Todo empezó a principios de marzo de un año que prefiero no recordar. Yo estaba en primaria, presurosa por entrar en la adolescencia y sentirme grande y en control de mi destino. De pronto, tal vez dándose cuenta de que me iba escurriendo por entre sus dedos, mis padres decidieron darme una lección.

Para ese entonces mi hermana usaba zapatos ortopédicos; tenía los pies planos y había utilizado desde hacía ya unos dos años estos zapatos que más parecían torpedos o buques de guerra. Ni qué decir de esas costuras diagonales que se dirigían hacia la zona de los pasadores. Yo moría por unos mocasines. No sé qué tenían, pero los quería. Supongo que era porque todos tenían unos y yo siempre usaba los cerraditos con punta redondita. Además, creo que coincidía con el cambio del uniforme gris por el de la falda tableadita escocesa; y el maniquí que había en recepción tenía el uniforme con medias de gusanito y sí; mocasines.

Cuando fui acompañando un buen día a mi progenitora y a mi hermana para que le dibujaran el pie en un papelito y midieran que tan plano era su pie, mi mamá decidió que me dibujaran a mí también. Me rehusé; total, mi pie tiene una curvatura mayor a la del Arco del Triunfo, pero ella insistió: "es sólo para medir tu pie, ya sé que no necesitas zapatos ortopédicos, vamos, sólo pon tu (maldito #%$%&$/"5##"$%) pie". Lo hice, porque negarle algo a mi madre podía desatar una discusión de horas que, por cansancio, terminaría perdiendo (aún no recibía mis poderes de rebeldía obsequio de la transición de niña a mujer). Dibujaron mi pie y nos fuimos.

Para cuando recogieron los zapatos de mi hermana, yo también tenía unos. Eran idénticos pero no eran ortopédicos; mis falsos zapatos ortopédicos. Eran tan feos, que bien hubiera preferido tener los pies planos para que al menos existiera una razón para usarlos aparte de la opinión de mi madre sobre lo lindos que eran y la buenísima calidad del cuero y la precisión de las costuras.

Las clases empezaron y yo trataba de caminar lo más rápido posible para que, como en los dibujos, se viera tan sólo un blur de lo que eran realmente mis zapatos. Felizmente no se burlaron de mí (al menos no en mi cara), pero sí que me sentí observada y juzgada. Recuerdo haber recibido el primer y único comentario sobre mis falsos zapatos ortopédicos, en el ensayo de la marcha de fiestas patrias. Después de contar toda la historia de cómo había terminado con esos especímenes en mis pies, después de intentar justificar esa falta de glam en mi vestuario, quería llorar, sacarme los zapatos y golpear con ellos a la persona que los notó.

Hoy doy gracias a Dios que me frenó de hacerlo; sé muy bien que un golpe con uno de esos chancabuques podría haber acabado con la vida de alguien que ahora es mi amiga.


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4 comentarios:

  1. Jajaja, Auris, debes escribir mas seguido. Sicológicamente te hace mucho bien :) Saludos!

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  2. Ohhhh! Yo nunca los use y no camino del todo bien y mi pie es plano. Qué bueno que sí los usaste. De grande me volvieron a decir que los necesitaba (estaba en 3ro de secundaria), felizmente ya existían las plantillas ortopédicas, así que me opté por ellas. BTW, me hubiera encantado estar ayer con ustedes, cuándo la repiten?

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  3. Andre!! repitamoslo pronto! fue super divertido y nos encontramos con Chicho, Roberto y un aieseco más en el barcito este! :D

    Jimmimon! de todas formas, ya tengo otro post en mente :P

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  4. jajajaja....muy bueno el post, menos mal que no mataste a la gente...jaja

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